- Ahora puedes encontrarme aquí -

He cambiado toda mi web y blog - A partir de ahora puedes seguir mis historias aquí: 

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I've changed all my website and blog - From now on you can fins all my stories here: 




- El cordón de un zapato -


Escribir algo con calma es mi utopia más preciada últimamente. 

El vaivén de los últimos meses me lleva a un perfecto caos que desordena mi vida por completo. 


Entre tumbo y tumbo por distintas ciudades, con gente nueva y amigos de siempre, me voy dando cuenta que todas mis prioridades han cambiado y que hablando claro, no estoy por hostias. La maternidad me ha colocado en un estado de observación emocional que me ha dejado descolocada en muchos ámbitos de mi vida, y aunque poco a poco me voy situando de nuevo hay lugares que son nuevos para mí y otros a los que no quiero volver. 
Me he reencontrado con partes de mí misma que creía olvidadas, he perdido la poca vergüenza que me quedaba y me he quedado con lo esencial. Porque tengo tanto amor dentro, que todo lo banal, superfluo o que se complica sin razón alguna, ha dejado de importarme porque no me cabe en el corazón. 

Hace unas cuantas semanas, quizás un par de meses ya, volvía de casa de una amiga. Era tarde, sobre las doce de la noche y hacía frío. Yo llevaba a Alma envuelta en mis brazos con un manta y un pañuelo. Salí con prisas a la calle y olvidé atarme el cordón de un zapato. Me di cuenta parada, en un semáforo de una avenida. El viento era realmente frío y yo sólo quería llegar a casa y sentir como el hogar te acoge y te mece hasta quedarte dormido. 
No había casi nadie en la calle, todo el mundo se había refugiado de la hostilidad de esa noche. Al llegar al otro lado de la calle una señora de unos 70 y largos años, con bastón y una bolsa de basura en la mano me soltó: "Quieta ahí. Sujeta bien a la niña y haz el favor de subir el pie a esa maceta, no vayas a hacerme agachar para atarte los cordones." 
Obedecí sin rechistar, y me ató los cordones con una delicadeza sublime, en medio de la noche y con un lazo perfecto. Acabó y me dijo: "Yo también he sido madre" con una tímida sonrisa que le devolví con un gracias entrecortado. 

Ya en casa, bajo las sábanas, me quedé pensando en lo bonito de los detalles, del observar y de pensar un poco más en los demás. Me quedé dormida con la agradable sensación que, un bebé, nos vuelve a todos más humanos. 

- El olor de Alma -




Son las 7 de la mañana. Estamos en la cama. Ayer fuimos a dormir tarde porque quise acabar un poncho que llevo tejiendo desde hace semanas y que nunca encuentro el momento de terminar. Sabia naturaleza e instinto los que me llevan a acabarlo justo esta noche. 


Desde hace algunos días nos vamos a dormir con la sensación de que algo se acerca, no podemos determinar cuándo, pero sentimos que no queda mucho. El relax y la calma han invadido nuestros días y los hemos envuelto de paciencia, caricias, paseos y largas conversaciones. 
Un pequeño dolor me ha despertado, sé que ese momento que hemos estado esperando durante meses está llegando. Todavía medio dormida busco la mano de mi compañero y le susurro unas palabras que le hacen abrir los ojos más rápido de lo habitual: "Creo que nuestra hija quiere nacer hoy". Como respuesta obtengo una sonrisa y unas tostadas con chocolate para desayunar a las que siguen una bañera de agua caliente y mi barriga y yo que nos sumergimos en un estado difícil de describir. No he tenido miedo durante todo el embarazo, siempre pensé que debía confiar en la naturaleza. Dentro de la bañera, sintiendo cada contracción cogida de la mano de la persona que amo rememoro cada uno de los momentos que nos han llevado hasta aquí. Pienso en las montañas que hemos subido juntos, en los últimos nueve meses que han creado una vida dentro de mí. Cierro los ojos y me sumerjo, buceando entre olas y saliendo de vez en cuando a coger aire para bucear de nuevo, paseando entre rocas, arena y rayos de sol que se cuelan entre algas y demás partículas casi invisibles. El tiempo ha adquirido otra dimensión, y lo único que me devuelve a la realidad es esa mano fuerte que me promete que nunca me va a dejar. Yo le creo, y con las luces apagadas me dejo llevar durante varias horas. El dolor, el empujar con todas mis fuerzas cogida a una sábana que alguien ha colgado del techo, el agua caliente que sale de dentro de mí y esa mano que nunca, nunca me suelta. 
Las palabras son insultantemente vulgares para poder describir muchos de los momentos que vivimos: el olor de Alma en mi pecho, su pequeño llanto y las horas que nos quedamos dormidas, desnudas bajo las sábanas. Esta vez me rindo al sueño, ya con la certeza que esas manos grandes que me arropan y esas otras que buscan mi pecho en un instinto de supervivencia tampoco voy a soltarlas, nunca. 

- Esa lección de la vida -




La vida de cada uno es única por varias razones. La mía, mi vida, está repleta de cambios constantes, de un vaivén de maletas que parece que nunca acaban de deshacerse del todo. Viajo por placer, por trabajo, por circunstancias personales... y aunque estoy acostumbrada a ello siempre existe ese instante en el que volver a casa se vuelve un placer imprescindible.


 Salí de casa a finales de Junio, sabiendo que durante tres meses las únicas cosas que permanecerían algo constantes serían mi compañero de viaje, mi barriga llena de vida, algunos libros, mis libretas y un cojín que más tarde olvidaré en un camping de unas montañas Eslovenas. Podría contar un relato de lo más idílico que pasa por caravanas de gitanos en Francia, por paisajes desconocidos, paseos a la luz de la luna, helados a las tantas de la noche, por encuentros con gente que ya es parte de nuestra pequeña familia, por lo transparente que estaba el agua en una cala rocosa o por casas preciosas de amigos que nos abren su hogar por unos días. Pero las vidas tienen siempre otra cara que mostrar y hoy me apetece acompañar las fotografías de este diario de viaje con esa parte no tan visible pero siempre existente. Porque no sé vuestras vidas, pero la mía está llena de contrastes, contratiempos, idas, venidas y vuelta a empezar. Mi abuela siempre me decía que "Qui vol presumir ha de patir" que quiere decir algo así como que nada es gratuito, que todo merece un esfuerzo y las recompensas vienen después de cierto sufrimiento. 


Hoy quiero hablar de un viaje en coche de 8000Km. De no saber donde vamos a dormir ninguna de las noches, y algunas de ellas acabar en moteles de carretera dignos de películas de Tarantino. De montar la tienda de campaña bajo la lluvia, día si, día también. De pensar que tienes todo controlado por fin, ir a tomar un café bajo un porche y al volver descubrir que con las prisas habéis dejado el baúl del coche abierto y que toda tu ropa limpia, libros, mapas y mantas están empapados. De llegar a  un pueblo desconocido a las tantas de la noche y ver que la dirección que apuntasteis es errónea y que lleváis 2 horas conduciendo en dirección contraria al magnífico sitio que os habían recomendado. De los 4 grados que marca el termómetro en pleno Agosto. De ir a comprar algo de ropa de abrigo y olvidarla en una tienda junto a un stand de calcetines. De llamadas inoportunas que duran 20 min pero que te dejan del revés durante días. De sentirme culpable por estar absolutamente agotada, embarazada de 6 meses y llorando de cansancio suplicando unas sábanas secas y que pare de llover. De despertar a tu pareja cada noche porque no puedes salir sola de la tienda de campaña con esa barriga de ballenita y apañar recipientes varios para poder hacer un pis sin acabar empapada de la otra vez incesante lluvia. De que se desparrame toda la comida que has comprado en el maletero. De acabar cocinando con un camping gas en una área de servicio porque a las 3 de la tarde no te dan de comer en ningún restaurante de la zona. De caminar cuesta arriba para ver las vistas de un valle con viento helado en la cara. De llegar al final de un camino después de dos horas de caminata y descubrir que para seguir subiendo hay que pagar dos euros y llevar los bolsillos vacíos. 
De echar de menos. De tener frío. De no poder más. 


Y lo más importante: Despertar una mañana con el sol por fin asomando entre los árboles. Ir al baño pisando todo el barro acumulado de la noche, resbalando varias veces antes de llegar a divisar unas banderas de colores bajo las que una familia celebra un cumpleaños y un pensamiento compartido telepáticamente con mi pareja: "Que fácil es la vida de los demás". 
Mientras preparamos un café se nos acerca el padre, nos ofrece un trozo de pastel y nos unimos a la pequeña fiesta. Lo que empezó siendo un acto de amabilidad y unas cuantas preguntas cordiales en un idioma poco familiar para los 4 adultos, acabó con una sobremesa que se alargó varias horas y dejando a la vista la gran lección de la vida que ya deberíamos sabernos de sobra, y es que nada es lo que parece. Nosotros, a sus ojos, una joven pareja sin ataduras, viajando por el mundo con nuestra tienda de campaña y esperando que nazca Alma disfrutando de unas fantásticas vacaciones. Ellos, a nuestros ojos, padres de tres preciosos niños viajando en una roulotte vintage, aparcada junto al río y con todo el verano juntos por delante. Nada más lejos de la realidad. Ellos se desahogan, nosotros también. Y sí, encontramos consuelo en eso de mal de muchos, consuelo de tontos. 

Y nos sentimos humanos, por los errores, contratiempos y dificultades que surgen en los viajes, pero sobretodo en la vida, esa vida única y que nos pertenece y de la que sólo podemos cambiar la actitud con la que afrontamos esa otra cara que casi nunca enseñamos, pero que siempre, sin lugar a dudas, existe.

- El mapa de un tesoro -


Hay sensaciones que sólo pueden sentirse 

de manera auténtica por primera vez . 


Nos acostumbramos a ciertos paisajes, olores, caminos... y dejamos de prestarles la importancia que merecen. Las costumbres nos vuelven perezosos de lo cotidiano. Pero hay algo que siempre ansío cuando se va acabando el verano: Hace unos años alguien me enseñó un camino que conservo como un mapa del tesoro y al que me gusta jugar a descubrir una y otra vez. Sorprenderme por el hecho que las escaleras y los pinos sigan ahí temporada tras temporada. Los grillos y las chicharras acompañan mis pasos sobre la pinaza, y el olor a verano, el mar y las noches estrelladas pueden percibirse a cada paso. El agua siempre está fría cuando poco a poco me sumerjo en estas aguas cristalinas y el musgo y los pequeños peces hacen cosquillas a mis pies resbaladizos, que sienten una vez más el frescor intenso de este verde aguamarina. Y podría viajar a través del océano, bucear todos los mares y conocer a todos los peces, que siempre volvería a este rincón, a sentir la libertad y el frescor de flotar en la inmensidad de un recuerdo que siempre se vuelve brillante y único al sentir todo mi cuerpo debajo de este agua, que se vuelve más y mas transparente a medida que me alejo de la orilla. 

Y, cuando mi respiración dice basta, salgo a la superficie, e invito al pirata que me acompaña a zambullirse a buscar conmigo el tesoro de ese mapa que nunca me canso de encontrar. 

- Desaparecer -













Mi mente conserva imágenes borrosas de este invierno que ya se ha alejado. 

Ha sido duro y largo, y ha nevado más de lo habitual. 


He tenido que comprarme unas nuevas botas para soportar el frío que calaba mis pies a cada paso que daba y he desaparecido en la nieve, fundiéndome con ella para volver a florecer con la llegada del buen tiempo. He estado algo desaparecida, mi cuerpo y mi mente necesitaban un periodo de letargo. He hibernado con los osos, los zorros y demás animales del bosque, y ahora salgo de la madriguera que tanto cobijo me ha dado.
He estado leyendo, descubriendo, paseando... Llorando he descubierto que no hay mejor sitio que la cama de una madre para descansar durante días y sentir que puedes volver a empezar. Los brazos de un amante sincero que te llevan a sitios dónde sentir la libertad de nuevo. ¡Qué bien sienta el aire fresco, los nuevos comienzos, los caminos por descubrir y los abrazos de viejos amigos! 

Se fue el invierno y sus largas y frías noches. Bienvenida brisa de verano! 

- Cabo de Gata, Diario 2 -


Aquí sigo. En el paraíso. Me he despertado antes que saliera el sol, con el zumbido de un mosquito que ayer se coló en mi habitación.


 He hecho una amiga, que se ha convertido en mi confidente, sobretodo porque no puede entender todo lo que le explico, sino dejaría de esperarme cada mañana para ir a pasear. Se llama Azu y es una perrita que me acompaña en mis paseos por este paraje lleno de cactus, flores silvestres y casas de pescadores de madera. De pequeña me mordió un perro y reconozco que siempre los he mirado de lejos, pero con ella siento que nos necesitamos la una a la otra. Ella también está sola estos días, su dueño se ha ido a Marruecos y seguro que le echa de menos. Me pongo un jersey y salimos camino de la montaña. Y así, hablándole y explicándole que hago aquí, porqué me he quedado unos días en este lugar, nos echamos una carrera hasta lo más alto para ver salir el sol. Yo exhausta, me siento a esperar en un roca a que el sol nos caliente para tomar el camino de vuelta a casa, ella busca cobijo entre mis piernas y así nos quedamos un rato. Mientras pienso que cuando me vaya, en unos días, la voy a echar de menos, sale el sol e ilumina lentamente todo el valle. Bajamos, perseguidas por la luz y la fresca brisa de la mañana. Cuando entro por la puerta de la casa que me acoge no puedo evitar sentirme sobrecogida por un sentimiento de fragilidad. Y pienso agradecida en la emoción que uno siente cuando es el dueño de sus pasos. Porqué sentir que podemos escoger nuestro camino nos hace fuertes e invencibles ante cualquier montaña.